Un encuentro casual

El metro ese medio de transporte tan odiado para algunos, pero muy práctico para otros. Se pueden observar tantas cosas en el trayecto desde Benimaclet con destino a Patriax. El señor con traje que lleva un regalo lleno de ilusión para un ser especial, en el reflejo de sus ojos a través de esas gafas de pasta puedo notar múltiples emociones. La china con mirada triste y aturdida me transmite compasión. La chica con camiseta de Nirvana observa continuamente mi piel tatuada, parece ser un bicho de esos raros que tanto me gustan. El despistado que tengo a mi izquierda, con un olor a colonia barata mezclada con marihuana. La mujer se sonroja por algo que le acaban de enviar por el teléfono. El niño que sonríe por todo y transmite ternura e inocencia. La madre llena de orgullo, mientras todos le ponen al niño de sus ojos, caras de idiotas. Ese energúmeno con la música tan alta que me hace tararear esas canciones tan simples y pegadizas que se escuchan en la radio.
Una parada a mitad de camino, gente bajando y subiendo, parece ser que el tiempo es un bien preciado. Un pitido que anuncia una nueva parada, mi mirada se desvía a la derecha automáticamente, por el resplandor de ese pelo pelirrojo... esa mirada, esos ojos, ese maldito encanto. Dos miradas de gigantes se cruzan de nuevo, es inevitable que nuestras mentes se reconozcan. Un saludo, un abrazo, una sonrisa de sorpresa, lo típico... un ¿cómo has estado?, entre unas cosas y otras acabamos en una parada distinta a lo nuestras.Una cena improvisada, ensalada de primero, vino para acompañar y costillas de segundo. La interacción fluye, los recuerdos en su Gti, en el pub, en la cama afloran, la ternura se manifiesta, los besos son cada vez más húmedos. Una cama de hotel de periferia, el tacto de su piel rozando mis piernas, muchas caricias, mis labios tocando cada parte de su cuerpo de arriba para abajo y viceversa. Los suspiros aumentan, los movimientos son cada vez más rápidos, gotas de sudor, ella arriba, yo abajo y a la inversa. Ella delante, yo detrás, la ley de gravedad haciendo efecto una vez más, nuestros labios se reconocen en cada roce, un grito, dos gritos, mucho zumo de luna y una ducha. La calle, dos direcciones, yo al norte, ella al sur y un beso despedida. Lo reconozco después de que me llevará a 200 km/h por la ciudad pensé no verla jamás, maldito destino caprichoso que permite ver de nuevo a la pelirroja del Gti.


La tercera parte de "La misteriosa sin nombre" aquí dejo los  enlace de las otras partes:
1. " La pelirroja del Gti"
https://zumodelunallena.blogspot.com.es/2016/07/la-pelirroja-del-gti.html
2. " Me vuelvo a Marte"
https://zumodelunallena.blogspot.com.es/2016/07/me-vuelvo-marte.html

Comentarios

  1. Muy buen relato vecino, cuanto añoro Benimaclet, la pubertad y la juventud son etapas que no se olvidan, quizás porque son la base de lo que somos luego.

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    1. Muchas gracias:) supongo que son las mejores etapas del ser humano.

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